La Ley del Amor
Piensa en cualquier ley o regla que, a veces, rompes. ¿Que tal el limite de velocidad en la carretera? Jesús dice en Mateo 5, 17-19 que no vino a abolir la ley sino a cumplirla. Bien, sí, estaba hablando de la ley religiosa, no de las carreteras en las que conduzco. Pero comprenderemos mejor lo que él quiso decir si pensamos en cualquier ley que nos fuerza en nuestra vida cotidiana moderna.
La palabra clave aquí es «forzar» – las leyes nos limitan. Por necesidad, para nuestro propio bien y el bien de la comunidad, las leyes nos dicen hasta dónde podemos ir antes de meternos en problemas, cuánto podemos hacer antes de infringir los derechos de los demás, qué tan rápido podemos ir antes de que un oficial nos pare y nos de una multa por exceso de velocidad.
Si yo fuera la policía y viera a Dios bajando por la autopista al doble del límite de velocidad, no lo arrestaría, ¿lo harías tú? Dios puede hacer lo que quiera y lo dejaré escapar. Pero Jesús deja claro que él no menosprecia la ley. Lo que él hace es cumplir la ley. Él entra en ella y la eleva a un nivel más alto.
Incluso cuando rompió las reglas, por ejemplo «trabajando» en sábado, estaba elevando las leyes al más alto nivel de aplicación: la Ley del Amor.
¿A quién estoy amando si obedezco las leyes de tráfico? A mí mismo – ¡me estoy dando el regalo de no recibir ninguna multa por exceso de velocidad! Oh, pero esa es la parte más pequeña de la ley. Para cumplir con las intenciones de la ley, estoy amando a todos los demás en la ruta cuidando de no chocarlos. Incluso si no hubiera límites de velocidad, conduciría lo suficientemente lento para asegurarme de que todos sobrevivieran durante mi viaje.
En Cristo, no hay necesidad de la ley porque el amor cumple las mejores intenciones de la ley. En Cristo, no necesitamos que la Iglesia haga una ley que nos prohíba a nosotros perder la Misa, porque nuestro amor por Dios y por el Cuerpo de Cristo (la comunidad de la Iglesia) nos lleva a Misa. En Cristo, no necesitamos tener una regla diciéndonos que ayunemos (como abstenernos de comer carne los viernes o renunciar a los dulces durante la Cuaresma), porque el amor nos motiva a hacer sacrificios.
Piensa en cualquier ley en que la Iglesia nos diga que debemos obedecer; si no queremos obedecerla, es porque no entendemos sobre que está fundada y cómo cumple la Ley del Amor. Necesitamos profundizar en ella y pedir al Espíritu Santo que nos ayude a entender dónde está el amor.
Esta es la razón por la que el Concilio Vaticano II eliminó muchas de las restricciones establecidas por los anteriores Congresos. Los obispos no estaban diciendo que ahora está bien perder la misa o saltarse los ayunos de los viernes. Más bien, hemos sido invitados a madurar más allá de nuestra infantil obediencia ciega a las reglas, que se basa en evitar el castigo. Nos ha sido confiada la fe de un adulto seguidor de Jesús, lo que significa cumplir la ley obedeciéndola porque queremos amar.
Así nos convertimos en el Cristo visible para nuestro mundo. Ya no necesitamos la ley para ser buenos. De hecho, hacemos más de lo que la ley prescribe. Porque amamos, abrazamos las reglas y excedemos sus límites.
© 2010 por Terry A. Modica
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