Lidiando con nuestras pérdidas
[ PalabrasVivas para quien está de Duelo ]
¿Qué pérdida estás lamentando? ¿Qué tan bien manejas las pérdidas — de cualquier tipo? Jesús quiere consolarte, pero tiene una manera extraña de hacerlo.
Deberíamos reflexionar sobre la actitud de María Magdalena y el gran amor que sentía por Cristo; porque, aunque los discípulos habían abandonado la tumba, ella se quedó. Y así sucedió que esta mujer que se quedó atrás para buscar a Cristo, fue la única que lo vio. La perseverancia es esencial para cualquier acto bueno, como nos lo dice la voz de la verdad: “Quien persevere hasta el final será salvado.” – Papa San Gregorio Magno (extraído de un sermón sobre Santa María Magdalena)
En Juan 20, 1-2 y 11-18, vemos las emociones de María de Magdala, una de las amigas más cercanas de Jesús. Primero, lloró – como hacemos nosotros cuando alguien o algo importante nos ha sido arrebatado.
Lloramos todo el tiempo, sufrimos y tratamos de aferrarnos a memorias pasadas como si pudiéramos recrearlas en el presente. Desearíamos que nuestro tiempo con esa persona amada o que una etapa de la vida, nunca hubiera terminado. Desearíamos poder regresar y saborear, más plenamente, lo que tuvimos. Si pudiéramos, trataríamos de traerlo de vuelta y nos enloquecemos con aquellos (y con Dios) que son responsables por nuestra pérdida. Esto es normal en un proceso de duelo sano.
Seguramente, en las lágrimas de María, estaba el sentimiento de: “¡Lo amaba tantooo! ¡No lo tuve lo suficiente! ¡Quiero más! ¡Necesito más! No puedo creer que se haya ido. ¡No es justo! ¡No es correcto! ¿Cómo pudo Dios permitir esto?”
Luego, Jesús resucitado se le apareció y, finalmente, ella lo reconoció, lo abrazó con alegría, alivio y sorpresa. Era más que un abrazo de “bienvenido de regreso”. No quería dejarlo partir. ¿Cómo nos sentimos cuando recobramos algo que habíamos perdido? Queremos aferrarnos a él para no perderlo nuevamente.
Sin embargo, Jesús no permitió que lo abrazara por mucho tiempo. ¿Por qué no? Seguramente, Él comprendió sus sentimientos y necesidades. Su explicación: “No he ascendido, aún, al Padre.” En otras palabras, era muy bueno tener a Jesús de regreso, pero algo mejor iba a suceder.
Jesús tendría que partir otra vez. Su cuerpo debía partir de este mundo para que pudiera dar su Santo Espíritu a todos. Así, Él podría estar con todos nosotros todo el tiempo.
Cualquier pérdida que hayamos tenido en nuestras vidas, necesitamos confiar en que Dios quiere llevarnos a un lugar nuevo, un buen lugar. Debemos dejar las cosas, dejar de aferrarnos al pasado, abandonar el pensamiento: “qué pasaría si”, que sólo nos hace sentir más miserables. Entonces, nos liberamos para ir hacia una nueva vida en la cual experimentamos más al Cristo resucitado, mediante su Espíritu Santo.
La muerte y la resurrección son dos ingredientes necesarios de la vida Cristiana. No hay crecimiento sin pérdida. No hay pérdida que llegue sin un crecimiento, siempre que la vivamos con el Señor.
Es bueno valorar el pasado – así como María Magdalena y los discípulos atesoraron, por siempre, sus tres años con Jesús y, repetidamente, hablaban de ello a los demás – pero debemos TAMBIÉN valorar lo que Dios planea para el futuro, aunque si todavía no sabemos lo que nos deparará ese futuro. Aunque ese futuro parezca aterrorizante o solitario ahora, Dios estará allí contigo ¡y será muy bueno contigo!
© 2008 por Terry A. Modica

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