El Día que Mi Tarjeta
de Débito Fue Robada
Una oleada de pánico, me invadió. Sentí que mi corazón se me iba al estómago. “No puede ser real,” pensé. Me habían robado la información de mi tarjeta de débito.
Mis miedos no duraron mucho porque, como siempre, Dios tiene un plan. Esta es la historia de cómo un robo de identidad me acercó más a Dios.
Todo empezó como un día normal. Tenía clases la mayor parte de la tarde, como era normal y una reunión obligatoria de estudiantes de primer año, temprano por la mañana. Fui a la reunión, estaba aburridísima. Estaban hablando de pasantías y trabajos que puedes solicitar según sea tu carrera (totalmente irrelevante para mí, ya que tengo una especialidad en enfermería con una trayectoria profesional estable, con mi pasantía incorporada al programa). Sin embargo, traté de poner atención y pretender que estaba interesada, aunque era muy temprano en la mañana.
Entonces, sentí el zumbido de mi teléfono, lo cual era extraño porque todos mis amigos dormían a esa hora y mi familia estaba en el trabajo. Así que decidí echarle un vistazo para ver de qué se trataba. Era un correo de alerta que decía que había un sobregiro en mi cuenta de cheques de no se cuántos cientos de dólares. El terror me golpeó.
En un principio pensé que se trataba de un error: obviamente no había manera que yo hubiera gastado ese dinero, había estado en esa aburrida sesión toda la mañana. Así que entré en mi cuenta bancaria para investigar más – discretamente para no tener problemas con el presentador.
Lo que encontré me impactó, una larga lista de múltiples cargos hechos todos en California usando los ahorros de toda la vida. La cantidad continuaba incrementándose. Lo peor, era que yo no podía hacer nada por la reunión. Tenía que permanecer hasta el final de la misma o de lo contrario no obtendría los créditos necesarios y eventualmente me podrían condicionar la matrícula.
Así que permanecí sentada, sin poder hacer nada, mientras alguien en California se aprovechaba del dinero por el que yo había trabajado duro y ahorrado durante años. Lo único que podía hacer era esperar que finalizara la reunión. Los segundos parecían transcurrir dolorosamente lentos. Entonces me di cuenta de algo: ¡Había algo que yo podía hacer! ¡Podía orar!
En ese momento recé con fuerza, con todo mi ser. Recé unas cuantos Avemarías y le pedí a Dios que, por favor, todo se resolviera y que se asegurara que mi dinero no se perdiera. Le dije que lo necesitaba a mi lado en esos momentos, para que me mantuviera fuerte y sin temor.
El tiempo voló a partir de entonces y la reunión llegó a su término. Inmediatamente me subí a mi auto y me dirigí al banco. Oré todo el camino, con lágrimas porque tenía mucho miedo de lo que podía suceder. Ya había escuchado historias de terror de gente a la que le habían robado sus ahorros y que jamás los habían recuperado.
Al llegar, el personal del banco me recibió inmediatamente y me ayudaron durante todo el proceso, paso a paso, a pesar que los reclamos hay que hacerlos por teléfono (creo que Jesús tuvo algo que ver). Después de una hora aproximadamente de llamadas telefónicas y papeleo, me informaron que debido a que yo lo había detectado rápidamente podría recuperar todo mi dinero – en unos diez días.
Las buenas noticias eran que iba a recibir un reembolso completo, las malas noticias, eran que estaba en la ruina por diez días. Al principio me sentí desanimada, pero luego pensé, “Tal vez esto puede ser algo bueno.” Es decir, tengo un plan alimenticio en la universidad, así que realmente no tengo necesidad de gastar dinero. Tal vez esta es la manera como Dios saca cosas buenas de ello. El me quería enseñar que puedo vivir con menos y que está bien.
Logré pasar esos diez días sin un centavo. No estuvo tan mal. Mi dieta estuvo limitada a la comida de la universidad, pero lo logré. Y la experiencia me ayudó a decidir que haría lo mismo durante la Cuaresma –aunque no tan extremo. Decidí no gastar más de diez dólares a la semana y donar una parte del dinero ahorrado a mi Iglesia durante la Pascua.
Al final, siento que me he acercado más a Dios debido a esta experiencia. Sé que no debo tener miedo, porque cualquier cosa mala que venga hacia mí, El la convertirá en algo bueno. El siempre está conmigo. El es mi Salvador.
© 2014 por Daniela Delvescovo

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