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Purgatorio

Una Parábola del Purgatorio

Un hombre llamado Abbot murió y se encontró con Jesús a la entrada del cielo. La puerta se llamaba «El Momento de la Muerte y la Resurrección».

Abbot había sido un buen hombre. De adolescente, había escuchado el llamado para predicar. Después de la escuela, fue al seminario, se convirtió en un ministro ordenado, se casó y trajo dos hijos al mundo.

Vivió hasta una edad avanzada. Durante toda su vida, muchas personas disfrutaron sus sermones e historias, su amistad y su amabilidad, y lo describían como «encantador». Cuando murió, una multitud de personas fue a darle la bienvenida al paraíso — familiares, amigos, vecinos y miembros de su congregación que ya estaban disfrutando con Jesús de su vida después de la muerte.

Photo by Robert MetivierAbbot se sentía eufórico de verlos otra vez. Si hubiera sabido que le esperaba esta bienvenida, habría estado más deseoso de morir.  «¡Qué hermosa recepción!» pensó, «y tengo la eternidad para pasar con estas personas, poniéndome al día con las historias, contándoles lo que he estado haciendo, disfrutando nuestra amistad, pasando tiempo con mi tío favorito y sintiendo el amor de Mamá y Papá mucho más que en la tierra.»

Jesús atrajo la atención de Abbot nuevamente sobre Sí mismo. Jesús tenía un bebé pequeño en sus brazos, sosteniéndolo dulcemente, y se lo mostró a Abbot.

«¿Quién es ella?» Preguntó Abbot al sentirse, de alguna forma, conectado a ella.

«Ella es la hija que abortaste,» contestó Jesús.

Abbot retrocedió. «Eso es imposible», dijo. Se había pasado cincuenta años negando que un verdadero ser humano había sido concebido en el tercer embarazo de su esposa y, luego, asesinada por su elección.

Jesús levantó al bebé e invitó a Abbot a aceptarla y sostenerla.

Abbot dio un paso atrás, incapaz de dejar de mirar a esta bebé y, al mismo tiempo, incapaz de comprender la Verdad. «No, yo — yo no puedo.»

Jesús sonrió misericordiosamente. «Ella ha estado esperando mucho tiempo que la ames.»

Los ojos de la bebé encerrados en el alma, podían leer los ojos de Abbot. Abbot comenzó a llorar. «Esto no puede ser,» dijo. «Yo no–. Oh, mi Señor, ¿qué he hecho?»

Jesús dijo: «Ella te ha perdonado, y ha sido bien cuidada aquí en el cielo. Es plenamente amada por Mi Padre y por todas estas personas que ves aquí, pero ha estado esperando por mucho tiempo que tú la ames. ¿Le darás tu amor ahora?

Abbot, todavía incapaz de quitar su mirada del rostro de su hija, lentamente cabeceó. Jesús mostró una enorme sonrisa y Abbot pudo sentirla llegar a lo profundo de su alma. Con una nueva fortaleza interior, extendió sus brazos y aceptó a la bebé. Torpemente y, luego, con una creciente calidez, sostuvo a la hija más cerca y la acunó con un amor que no se había dado cuenta que siempre había existido dentro suyo.

«Dale un nombre,» dijo Jesús.

«¿Cómo — Cómo la han estado llamando aquí? ¿Cómo la llaman todos los demás?»

«Preciosa»

Abbot comenzó a sentir el amor de la bebé por él, y su corazón se llenó de gozo y de un gran arrepentimiento por ser amado por alguien que él nunca había amado. «Le doy el nombre de Elizabeth.»

Todos se regocijaron.

Y de repente, Elizabeth estaba parada al lado de él, sosteniendo su mano, aparentando una niña de siete años de edad. «¿Qué sucedió?» Abbot le preguntó a Jesús. «¿Por qué aparenta ser mayor ahora?»

«Su crecimiento se había atrofiado mientras esperaba que tú la amaras. Ahora que está recibiendo tu amor y que puede darte el amor que ha estado ansiosa por darte, está lista para que juegues con ella y disfrutes su compañía.»

Elizabeth miró a su padre. «¿Qué te gustaría hacer, papi? ¡Hagamos una aventura!»

Abbot miró a Jesús y preguntó: «¿Qué es posible aquí, Señor? Una de mis actividades favoritas en la tierra, cuando era joven, era ir a caminar por hermosas montañas.»

Jesús sonrió. «Por supuesto que puedes hacer eso aquí. Elige una montaña de cualquier parte del mundo. Mira, no te cansarás ni te dolerá todo por un ascenso extenuante.»

Elizabeth abrazó a su papi y dijo: «¡Me encantaría ir a caminar contigo!»

Abbot se sintió feliz y quiso comenzar la aventura inmediatamente. Pero Jesús lo detuvo con una mano suave pero firme. Suavemente, Él dijo: «Hay más cosas que debo mostrarte primero.»

Justo entonces, Abbot se dio cuenta que había muchos otros bebés abortados rodeando a Jesús. «¿Quiénes son?» preguntó.

«Estos son los niños que fueron abortados por las personas en las que tú influiste por tu insistencia de que el aborto no es un crimen. Algunos de ellos son los hijos de los hijos de aquellos en los que tú influiste.»

Abbot retrocedió otra vez. El dolor del remordimiento le golpeó como una espada profunda, multiplicado por cada niño que veía. Se convirtió en una agonía mayor que cualquiera que hubiera experimentado en la tierra. Jesús continuó: «El pecado ha pasado de persona en persona y de generación en generación. Se te dio una gran responsabilidad como ministro de la Palabra. Yo soy la Palabra, pero tú elegiste hacer tus propias palabras para llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno. Interpretaste las escrituras según tus propias ideas rebeldes y pasaste esas interpretaciones a los demás.»

photo by Tony Oquias

«Pero — pero yo sentía que estaba bien.»

«Por supuesto que sí. La tentación siempre se siente bien para la persona que quiere desobedecer a la Palabra.»

El tío favorito de Abbot dio un paso adelante y puso su mano, compasivamente, en el hombro de su sobrino. «Tú me recordabas y me admirabas como la «oveja negra» rebelde de la familia. He estado esperando lo que ha sido, para ti, muchos años para poder pedirte perdón por las elecciones que hice, que contribuyeron a tu rebelión.»

«No es tu culpa,» dijo Abbot para calmar a su tío.

El tío respondió: «¿Me perdonarás por la influencia que tuve en ti, que no fue a la manera de Cristo?»

«Bueno, sí» dijo Abbot. Y luego miró a Jesús y dijo: «Nadie es perfecto.»

«Ese no es el punto,» dijo el tío: «pero tu perdón hace una diferencia. ¡Gracias!»

Jesús explicó: «Desde que vino de la tierra, ha estado anhelando este regalo de tu parte. Lo habría recibido mucho antes si tú hubieras elegido sobreponerte al espíritu rebelde que él te había pasado.»

Abbot comenzó a temblar. El peso de la verdad parecía aplastarlo. Jesús continuó: «A cada persona se le da un tiempo de vida lleno de oportunidades para recibir la Verdad y aceptarme a Mí en la plenitud de la Palabra que Soy Yo. La Verdad ha sido dada por gracia a través de muchos medios. Te di Mi Espíritu Santo para que puedas reconocer la Verdad y abrazarla y aprender de ella.»

Jesús señaló a varios niños. «Mira,» dijo. «Estos son mayores que muchos de los preciosos que fueron abortados. Y algunos son mucho mayores. Estos son los hijos de los padres que aprendieron la Verdad y se arrepintieron de su grave pecado. Comenzaron a amar a sus hijos abortados e, incluso, les dieron nombres. El amor entre los padres y el hijo ha estado fluyendo como un río sanador de vida.»

Abbot se sintió fortalecido por la misercordia que brotaba de Jesús. «Eso es bueno; ¡me alegro!» dijo.

«Pero mira todos aquellos otros bebés que aún están esperando el amor de sus padres,» dijo Jesús, mientras su dedo índice señalaba las pequeñas caritas, sus ojos ansiando un amor no correspondido. Abbot pudo sentir su profundo anhelo, la vida que faltaba porque faltaba el amor. Su agonía por el remordimiento comenzó a quemar como un fuego purificando partes de su alma que él había apreciado como sus rasgos de personalidad favoritos.

Él supo, con una nueva apertura a la Verdad, que nunca encontraría alivio a tan terrible remordimiento hasta que cada uno de esos padres alcanzaran la apertura a la Verdad. ¿Cuántos tendrían que morir, como él, antes de entrar en una relación de amor con sus hijos? El tiempo de espera de Abbot, para completar su propia sanación, tendría que esperar una multitud de generaciones. Hasta entonces, no estaría totalmente libre de disfrutar la plenitud del cielo, aprisionado por el conocimiento de cuán terribles habían sido sus pecados, sus remordimientos quemando en su alma como un fuego.

«¡Eso no es justo!» se quejó a Jesús. «¿Por qué debería esperar que cada una de sus relaciones sea sanada? Si yo hubiera aceptado en la tierra, la Verdad que conozco ahora, incluso entonces no podría haber conocido a todas y cada una de las personas para decirles la Verdad y deshacer el daño que había hecho. ¡Es imposible!» Delante de sus ojos pasaron recuerdos de todas las formas en que él había conducido a otras personas lejos de la Verdad y su agonía por el remordimiento crecía más terriblemente.

«Para los seres humanos es imposible. Para Dios no. Por esto es que,» explicó Jesús «les di el Sacramento de la Reconciliación. Mis sacerdotes, en quienes me presento a través del Sacramento del Órden Sagrado, están conectados con todo el Cuerpo de Cristo. Cuando las personas se arrepienten de sus pecados y buscan el perdón a través de Mis sacerdotes, no sólo me los confiesan a Mí sino a todos. El sacrificio del sacerdote y el Mío dan una sanación comunitaria desde y para toda la comunidad. Absuelvo los pecados en Mi Misericordia, la sanación comienza inmediatamente y el arrepentido es dejado libre de la necesidad de esperar a la muerte. Pero tú has elegido permanecer influenciado por las rebeliones de aquellos que se han apartado de mis Sacramentos.»

Abbot vio, ahora, una larga línea de personas que lo habían influenciado y apartado de la Verdad acerca de los Sacramentos y de la Iglesia que los ofrecía. Y vió otra multitud de personas — aquellos a los que él había influenciado a permanecer alejados de la Verdad de la Iglesia. El perdón fluía desde ellos y Abbot pudo sentir su poder purificador sanando su alma. Alegremente, Abbot contribuyó con su propio pedido de perdón.

Y así un corazón más lleno de amor.

Su hija tironeó de su mano. «¡Vamos, papi! ¡Muéstrame las montañas que te gusta escalar!» Se fueron con Jesús, quien juguetonamente se les unió. Abbot se sentía más libre y más amado de lo que nunca se había sentido en su vida. Lo mejor de todo, sentía que más amor brotaba de él a medida que daba más amor del que jamás había dado antes. Con gozo por el remordimiento purificador que aún quedaba, tenía puesto un ojo en las personas que llegaban al cielo para poder pedirles su perdón y recibir más amor a medida que lo daba.

 

mountains of heaven

© 2016 por Terry A. Modica


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