Fidelidad, Confianza y Coraje
¿Los perdimos en el Concilio Vaticano II?
[ PalabrasVivas sobre Preguntas Frecuentes ]
Jesús dijo más de una vez: «Permanezcan en mí.» Y siempre vino con una promesa
«Permanezcan en mí y Yo permaneceré en ustedes» (Juan 15, 4).
«Si permanecen en mí, darán mucho fruto» (versículo 5).
«Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor» (Juan 15, 10).
«Si son fieles a mis enseñanzas, serán verdaderamente mis discípulos.» (Juan 8, 31)
«Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, oro para que ellos también permanezcan en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17, 21).
Y el que más nos gusta: «Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo recibirán» (Juan 15, 7)
En la sociedad de hoy, sin embargo, permanecer en Jesús no es tan fácil. Hemos llegado a ser tan profundamente adoctrinados por la llamada sabiduría del mundo que dejamos de ser fieles a las enseñanzas de Cristo. Nos hemos confundido y nos permitimos mantenernos ignorantes acerca de lo que la Palabra de Dios realmente enseña, especialmente cuando contradice las enseñanzas de la sociedad popular, «políticamente correcta». Preferimos adoptar el relativismo moral de nuestra cultura secular.
Jesús nos llama a todos a la santidad: «Obedezcan mis mandamientos», dijo. Él nunca añadió: «Pero sólo si es conveniente y fácil.» La palabra «santo» significa «mantenerse separado», es decir, diferente del mundo. Jesús advirtió que seríamos perseguidos por esto y él no añadió: «Así que, por lo tanto, eviten la persecución mezclándose con el mundo». Al contrario, dijo al Padre: «Les he dado tu palabra y el mundo los ha odiado, porque ellos ya no son del mundo así como yo no soy del mundo «(Juan 17, 14).
Jesús quiere que seamos como él. Es lo que significa «seguir a Jesús». Él fue odiado porque adoptó una posición firme contra todo lo que está en conflicto con los caminos de Dios.
Permanecer en Cristo requiere fidelidad, confianza y valor.
Para ser fieles a él, tenemos que (no hay otra opción) prestar atención y ser conscientes de lo que él enseña. Esto es increíblemente fácil en la actual «era de la información» tecnológicamente asistida. La Palabra de Dios es predicada en la Misa todos los días, los estudios católicos de la Biblia abundan y los escritos de la Iglesia son fácilmente accesibles; el Catecismo, los documentos papales, las cartas pastorales, los escritos de los Santos – todo esto y más explican cómo entender y aplicar lo que enseña la Biblia y todos están disponibles en Internet. No tenemos excusa legítima para ignorar los mandamientos de Cristo.
Seamos honestos. ¿Qué dice el papa y los obispos que tú estás ignorando? Se necesita coraje para examinar nuestra fidelidad.
Una de las formas más comunes y peligrosas en que muchos de nosotros hemos optado por abandonar las enseñanzas de la Iglesia es negando la legitimidad de sus advertencias sobre el cambio climático y la necesidad de ser mejores administradores de la creación.
Y una de las formas más impresionantes de hacerlo, es rechazando lo que están diciendo acerca de la definición de Dios sobre el matrimonio. El Magisterio de la Iglesia toma la Biblia en su conjunto, con todos los mensajes relacionados con las relaciones y explica lo que Dios ordena: El matrimonio es entre un hombre y una mujer, para ser vivido en el contexto de un sacramento, y permanente.
Pero todos conocemos (o somos nosotros mismos) personas que son sexualmente activas sin los beneficios del diseño de Dios para el matrimonio: las personas que se divorcian y vuelven a casarse fuera del Sacramento, las personas que ni siquiera están civilmente casadas y los homosexuales. El sexo se ha vuelto más importante que el matrimonio; el celibato y la abstinencia se consideran malos.
Y así, en este ambiente, los católicos fieles (y otros buenos cristianos) luchan entre querer ser santos y querer encajar cómodamente en el mundo que nos rodea.
Parte de nuestra lucha surge de saber que Jesús nos llama a amar a todos incondicionalmente. En nuestro deseo de no juzgar a los demás porque Jesús nos dijo que no juzguemos (Mateo 7, 1), dejamos negligentemente de diferenciar entre el pecador y el pecado. Saltamos de amar a la persona homosexual, por ejemplo, a aprobar la actividad homosexual para no lastimar los sentimientos de nadie. Y brincamos de la tolerancia amable y compasiva a una aceptación de la inmoralidad como un no cristiano.
He oído católicos devotos dar ese salto con palabras como: «Cada uno con lo suyo» y «Nuestro sacerdote no debería haber predicado ese mensaje intolerante contra los homosexuales que se casan» y «Si ellos sienten que está bien, ¿quién soy yo para juzgar?»
Volvamos a las raíces de las enseñanzas sobre el amor incondicional y la tolerancia compasiva. Jesús nos dijo que amáramos a todos, incluso a nuestros enemigos (Lucas 6, 35), lo que significa que estamos llamados a dar caridad incondicional y bondad a todos, sin excepción. Sin embargo, también dijo a los pecadores, con gran amor y compasión, «ve y no peques más» (Juan 8, 11). Lo más amoroso que podemos hacer por aquellos que viven fuera de los mandamientos de Dios es ayudarlos a entender lo que Dios ordena y, al mismo tiempo, ser un ejemplo de su amor y perdón. Y cuando se niegan a escucharnos y rechazan la verdad, debemos abstenernos de presionar tan fuerte que se sientan juzgados y condenados (ver Mateo 7, 6); así es como se debe ser tolerante sin aprobar el pecado.
Permanecer en Cristo requiere fidelidad, confianza y coraje: fidelidad a las enseñanzas de Cristo, confianza en los caminos de Dios y coraje para ser santos, un verdadero seguidor de Cristo, separado del mundo y dispuesto a ser como Cristo defendiendo lo que es verdad contra lo que está mal.
El relativismo moral se ha infiltrado tanto en nuestras conciencias que hemos perdido la noción de lo que es verdad y lo que está mal. Al mismo tiempo, estamos alarmados sobre cómo nuestra sociedad está siendo cada vez más anticristiana.
En la Iglesia, oigo muchas acusaciones lanzadas en la dirección equivocada. En un intento por regresar a una época en que la moralidad parecía más alta y la obediencia a Dios parecía mucho más común, hay un deseo creciente de recuperar valores «conservadores». ¡Bueno! Pero la tendencia es llevar esto demasiado lejos: ultra-conservacionismo con un anhelo de volver a la Iglesia a la manera que era antes del Concilio Vaticano II.
¿Por qué? Porque la obediencia y la fidelidad se deterioraron después de ese Concilio. Pero vamos a ampliar nuestra lente y mirar lo que estaba sucediendo en la sociedad, coincidentemente, al mismo tiempo que el Concilio Vaticano II. Fue en los años sesenta, la década de la revolución sexual y el libertinaje de las costumbres sociales. Los cambios en la sociedad erosionaron la fidelidad, no los cambios en la Iglesia.
El llamado a la santidad no requiere que volvamos a la forma en que la Misa se solía celebrar o al modo en que la Iglesia fue gobernada antes del Concilio Vaticano II. Eso no solucionará nada, pero de hecho, hará que el catolicismo parezca más hostil e inhóspito para aquellos que necesitamos evangelizar. Lo que se necesita es volver a la confianza en las enseñanzas de la Iglesia que solíamos tener.
Debemos elegir ser santos, apartados del mundo, dispuestos a ser reconocidos como diferentes de los no creyentes, incluso si somos perseguidos por ello. Podemos hacer esto ahora con las ventajas que se ofrecen en el mundo de hoy: Estamos mejor educados, podemos investigar cualquier enseñanza de la Iglesia, podemos aprender la Biblia y leerla a diario y podemos entender el valor de las mujeres en el liderazgo de la Iglesia según el ejemplo en la vida de Cristo y en la Iglesia primitiva.
Permanecer en Cristo requiere fidelidad, confianza y valor. Hay que volver a dedicarnos a este llamado y orar para que nuestra Iglesia crezca más y más fuertemente en santidad. ¡Amén!
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© 2012 por Terry A. Modica

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