¿Por qué yo, Señor?
Alguna vez te has lamentado: “¿Por qué yo, Señor?” Seguro, todos lo hemos hecho. “Estoy sufriendo; ¿por qué yo, Señor?” O el contraste: “Sobreviví al accidente que causó sufrimiento a otros; ¿por qué yo, Señor?”
Bueno, has dicho alguna vez: “¿Por qué no yo, Señor?”
Generalmente, la pregunta “por qué yo” surge de una autoestima baja. “Estoy sufriendo, ¿por qué yo?” puede estar arraigada en la falsa creencia de que Dios ciertamente quiere que “yo” sufra. Nos sentimos merecedores del castigo, por eso nuestro dolor es un castigo y, en algún medida, sabemos que Dios tiene que ser mejor (santo, más amoroso) que esto y por eso debería ser más amable con nosotros. Entonces en la confusión, gritamos: “¿Por qué yo?”
“Yo sobreviví, no estoy sufriendo como los demás; ¿por qué yo?” puede estar arraigado en la falsa creencia que Dios nos trata mejor que a los demás y que no merecemos ese tratamiento especial. Yo realmente detesto el viejo adagio que dice: “Allí voy yo, pero por la gracia de Dios.” ¡Como que si Dios negara su gracia a los demás! Sabiendo que Dios “permite la lluvia para los buenos y malos” (es decir, él bendice a todos, lo merezcan o no), instintivamente nos resistimos a la idea de que él nos trate mejor que a los demás. Combínalo con baja auto estimay estaremos seguros que no merecemos ser bendecidos, cuando los demás no son tan bendecidos.
Yo he escuchado decir a las personas: “¿Por qué Dios me concedería el milagro que necesito, cuando hay tanta gente llena de fe que no recibe los milagros que necesitan?”
Y…
¿Por qué Dios me ayudaría a conseguir un mejor trabajo, cuando esa persona que conozco de la iglesia no ha tenido trabajo por mucho tiempo, tiene más hijos que alimentar y ha permanecido fielmente en la fe, orando constantemente para conseguir trabajo?
¿Por qué Dios me bendeciría con riquezas, cuando hay demasiada gente buena que es pobre? No parece correcto pedir abundancia. Lo que Jesús nos dice en Juan 10, 10 no debería interpretarse como abundancia material.
El problema con todas estas preguntas y sus causas fundamentales es que se asume que entendemos la mente de Dios y sabemos lo que él está pensando y porqué hace lo que hace.
No tenemos idea de “¿por qué yo?” y ¡eso está bien! Nunca podremos ver el panorama completo, menos comprenderlo, hasta que muramos y vayamos al trono de Dios, donde le podremos preguntar directamente y escucharlo sin un cerebro limitado por el espacio dentro de nuestro cráneo. Y aun allí, su respuesta será seguramente así: “¿Por qué no tú?”, pero con ese nuevo nivel de santidad nos daremos por satisfechos con ella.
Así que dejemos de preguntarnos “¿Por qué yo?” y concentrémonos en “¿Por qué no yo?” ¡Ves los nuevos ángulos de pensamiento que se abren!
A continuación: Ve más PalabrasVivas en Sufrimiento y Sanación >>
© 2002 por Terry A. Modica

Por favor, comparte esto con otras personas usando los íconos para las redes sociales al pie de esta página. O solicita una copia aquí, para imprimir con permiso para su distribución, a menos que arriba esté indicado que está disponible en Catholic Digital Resources.
